Si eres capaz de creer en tiempos descreídos cuando los cínicos gobiernan los sentidos.
Si puedes sobreponerte al miedo y la incertidumbre, y aferrarte con dudas a tus principios.
Si tu cabeza y sueños vuelan por el halago pero amarras sus alas por la noche.
Si puedes soportar el aroma del laurel y la plata sin olvidarte de las cenizas del pasado.
O despojarte de viejos rencores pero sin olvidar las afrentas.
Si alzas la cabeza cuando otros te señalan y desprestigian.
O si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Si asumes tu verdad y tu triunfo, pero te cuidas de hacerte el sabio.
Si tus palabras son tus hechos y no tus razones.
O si sabes diferenciar el aplauso justo de la palmada fácil.
Si tremolas el estandarte de la exigencia, aun cuando tus hijos ruegan por agua y descanso.
Si amas aún en la desdicha, el hastío y la injusticia, y sigues en pie agarrado al pilar de la confianza.
Si puedes soportar la desilusión e inflar el ánimo con el de tu prójimo.
Si puedes apretar músculos, nervios y alma, en pos de unos objetivos que exigen el agotamiento.
Si aprendes a resistir y padecer, y así resistir cuando ya no queda nada,
salvo la voluntad que exclama: «¡Resistid!».
Si caminas con gigantes sin olvidar a los pequeños que te hicieron grande.
Si extraes lecciones del esfuerzo, el trabajo y la fe, que trascienden el ocio y el mero disfrute.
Si puedes soñar y creer en tu sangre, tus padres y tus hermanos.
Tuya es la Gloria y todo lo que hay en ella,
y, lo que es más, ¡serás un Sevillista, hijo mío!